El papel de Dios en el autismo de mi hijo
Como seguidora de Cristo, veo que las preguntas más profundas que tengo son sobre el papel de Dios en el autismo de nuestro hijo David. Cuando nuestro pastor nos preguntó si la enfermedad de David podía deberse a un pecado sin confesar en nuestras vidas, la causa cambió de lo físico a lo espiritual. Ansiosos por encontrar la causa para encontrar la cura, nos examinamos a nosotros mismos por si acaso. ¿Qué no haríamos para sanar a David? Ojalá fuera tan sencillo como hacer confesiones o promesas a Dios. Pero ¿realmente se trata de eso? Me pregunté. ¿El autismo de David puede ser un castigo de Dios por un pecado del pasado?
Si Dios quisiera lidiar conmigo por mi pecado, me merecía algo mucho peor. Pero Dios no lidia con nosotros de la forma que merecemos porque cuando éramos pecadores y enemigos de Dios, Cristo murió por nosotros (Rom. 5:6–10). Jesús recibió lo que merecía yo y recibió lo que no merezco: el perdón comprado con su sangre. Aunque seguimos sufriendo las consecuencias de nuestro pecado, el sufrimiento no siempre es el resultado del pecado. Dios tiene razones para permitir pruebas que no podemos comprender en esta vida.
Buscando respuestas
Una amiga cristiana nos preguntó si David quizás estaba bajo alguna maldición. Me informó de que una maldición generacional puede pasarse de algún antepasado que se haya dedicado a la adoración de ídolos o que les haya maldecido por sus propios pecados. Me llevó al segundo de los diez mandamientos: «No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen» (Éx. 20:5).
Su solución era adentrarnos en la raíz de ese pecado, confesarlo de parte de nuestro antepasado y recibir perdón. Muchas personas creen en maldiciones generacionales y pasan demasiada energía investigando posibles pecados de sus antepasados. Yo pensé: ¿esto no es lo mismo que si Dios diera autismo a David por nuestros pecados, pero de forma más lejana e indirecta? Al reflexionar en estas posibilidades, mi mirada se fue al versículo siguiente: «y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan Mis mandamientos» (v. 6).
¿Me recriminaría mis pecados el mismo Dios que me perdona los pecados? La salvación de una generación puede cambiar el destino de un linaje entero. Nuestra familia ya experimentó esto a través de nuestra conversión a Cristo.
Cuando un sanador conocido que se especializa en la liberación y el exorcismo vino a nuestra ciudad, la gente nos decía que lo lleváramos a él para que orara por David. ¿Sería posible que David tuviera un demonio? Si Satanás era la causa, nuestro hijo estaba bajo dominio del diablo lo cual quería decir que teníamos que usar todos los medios posibles para liberarlo. Los padres que vemos en la Biblia acudieron a Jesús para que liberara a sus hijos del control del diablo. Si teníamos la oportunidad, ¿por qué no considerar también esta opción? Así que, invitamos a este hombre a orar por nuestro hijo. Aunque no ocurrió nada, pensar que el autismo puede causarlo un demonio solo me creaba más preguntas.
Lecciones de la Biblia
En el fondo de este problema se encontraban las preguntas siguientes: ¿Quién es el autor de esto? ¿Quién está al mando? ¿Satanás era la causa del autismo de mi hijo o Dios? Estas preguntas cruciales determinarían la ruta adecuada para buscar respuestas.
Aunque la opresión demoníaca es una realidad en este mundo, si realmente era otra causa lo que estaba detrás de esto, ¿no estábamos invirtiendo nuestro tiempo y recursos erróneamente al intentar ir en contra de Satanás? ¿Y si Dios estaba detrás de esto y estábamos luchando contra Dios?
Job fue un hombre justo y Dios dio permiso a Satanás para quitarle todas las bendiciones que tenía. Sin embargo, Job siguió identificando a Dios como el responsable de su sufrimiento (Job 13:15). Job nunca atribuyó la responsabilidad a Satanás, aunque las Escrituras nos dicen claramente que el sufrimiento de Job vino directamente de la mano de Satanás (2:3). Pero Job sabía que Dios estaba al control hasta de Satanás. Lo que Job creía sigue siendo cierto hoy en día. Dios es quien está al control, así que nos centramos en el Señor y le tememos solo a Él (Lucas 12:5).
En Juan 9, leemos que los discípulos de Jesús se encontraron con un hombre ciego y le preguntaron a Jesús: «Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús respondió: «Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él».
Empecé a fijarme en cómo Dios muestra Su obra en nuestro hijo. Dejé de preguntar el porqué pues sabía quién estaba detrás. Dios, no el diablo, estaba a cargo. Dios no echó la mirada a un lado cuando nació nuestro hijo. No cometió un error ni nos está castigando. Nada llega a la vida del creyente sin venir de la mano de nuestro Padre celestial.
Vivir por fe
Dios nos dio a David y nos dará todo lo que necesitamos para amarlo y cuidar de él. Querer saber los porqués del autismo de David no es un pensamiento productivo. ¿Por qué quiero que Dios me dé las razones? ¿Me traerán algún tipo de satisfacción o me pondrán en una posición de juzgar a Dios? ¿Es posible entender a Dios? Job preguntó «¿por qué?» y Dios respondió preguntándole «¿quién?» (Job 38:2–11).
Cuanto antes reconozcamos que Dios es soberano, antes le confiaremos nuestros problemas. Pablo nos recuerda lo siguiente: «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a Su propósito» (Rom. 8:28).
Por fe creo que mi hijo no es una carga, sino un regalo especial de Dios. Dios está al control y mira por mi bien. Dios no nos dio este hijo para arruinarnos la vida, pues Dios promete que todo obra para bien y, aunque no siempre sea fácil y no siempre veamos lo «bueno» y, aunque David siga siendo autista y discapacitado mentalmente, aun así por fe confiamos en que Dios está obrando todas las cosas para bien. David no es una tragedia, sino el triunfo de Dios. No es un castigo, sino una «buena dádiva y don perfecto» (Santiago 1:17). Dios sigue obrando.