Unos meses después de casarnos, mi esposa y yo compramos un mueble, una mesa antigua de un bar inglés. Pagamos más de lo que podíamos permitirnos por aquel entonces, pero era la mesa perfecta que encajaba 100% con nuestro estilo. Y además cabía bien en nuestro pequeño apartamento.

Más de una década después, cuando llegó la hora de reemplazar la mesa con algo más acorde a nuestra familia, no fuimos capaces de deshacernos de ella. Después de tantas comidas juntos, muchas veces compartidas con amigos y familiares, esa mesa se había convertido en un símbolo de la gracia y la bondad de Dios. Sentarse en esa mesa era ocupar un lugar sagrado. La gente que más queríamos se había sentado ahí con nosotros. Compartimos comidas, contamos historias, confesamos pecados, reímos juntos y lloramos juntos. Juntos recordamos dónde habíamos estado y soñamos con dónde iríamos algún día. En esa mesa oramos y experimentamos la cercanía, la bondad y el amor de Dios.

Compartir una mesa es una de las cosas más especiales que hacen los seres humanos. No hay otra criatura que consuma su comida en una mesa. Además, compartir una mesa con otras personas nos recuerda que hay más comida que energía, no comemos solo para mantenernos.

La mesa como lugar de conexión

Las mesas son unos de los lugares más importantes para la conexión humana. A menudo nos sentimos más vivos al compartir una comida en la mesa. No nos debería sorprender descubrir que a lo largo de la Biblia Dios aparece en distintas mesas. De hecho, vale la pena destacar que, en el centro de las vidas espirituales del pueblo de Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos una mesa: la mesa de la pascua y la mesa de la comunión. El académico del Nuevo Testamento N.T. Wright captó este sentimiento cuando escribió lo siguiente: «Cuando Jesús mismo quería explicar a sus discípulos de qué se trataba su muerte, no les dio una teoría, les dio una comida».

Estoy convencido de que una de las disciplinas más importantes para recuperarnos en el tipo de mundo en que vivimos es la disciplina de la comunión alrededor de una mesa. En la cultura en que vivimos hoy en día: a paso ligero, rodeados de tecnología y con déficit de atención, los cristianos tenemos que recuperar el arte de una comida alrededor de una mesa sin prisas y con personas que amamos. La comunión alrededor de la mesa no suele ser una de las disciplinas espirituales de toda la vida, pero en medio de un mundo que parece que cada vez ha perdido más el camino en relación con la comida y con el alma, la espiritualidad cristiana tiene algo importante que decir sobre la forma en que este tiempo compartido nos alimenta tanto a nivel físico como espiritual. Necesitamos recuperar la importancia espiritual de lo que comemos, dónde comemos y con quién comemos.

Mateo cuenta la historia de la última cena de esta forma: «Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo» (Mat 26:26). Vemos el patrón de bendecir, partir y dar también en las historias que vemos de Jesús alimentando a las multitudes y en la escena en que los discípulos reconocieron a Jesús después de haber caminado con ellos de camino a Emaús. En el libro titulado Cristo actúa en diez mil lugares, escrito por Eugene Peterson, el autor observa que este patrón de bendecir, partir y dar se encuentra en el centro de la historia cristiana. Dice así: «esta es la forma de la eucaristía. Esta es la forma del evangelio. Esta es la forma de la vida cristiana».

La mesa como lugar de bendición

La comida es mi lenguaje del amor. Los expertos que hablan de estas cosas sugieren que cada persona tiene una o dos formas principales en que comunicamos (y recibimos) amor. Esos mismos expertos no suelen incluir comida en su lista de lenguajes del amor, pero hay pocas cosas que me dan más placer que estar en la cocina preparando una comida para personas que quiero. Esta es una de las formas principales que uso para mostrar amor a alguien.

Y cada vez estoy más convencido de que la comida es uno de los lenguajes del amor de Dios. Piénselo. El ser humano tiene unas 10.000 papilas gustativas. La única explicación que puedo dar para explicar esto es que Dios nos ama. Nos ama de verdad. Dios no tenía que hacernos de esa forma, no tenía que hacernos capaces de experimentar tal deleite, podría habernos hechos criaturas que comen simplemente como combustible, pero nuestras 10,000 papilas gustativas son una muestra de la gracia y una expresión del amor de Dios.

La mesa es un lugar para recordar la bendición de Dios. Una oración antigua de la iglesia basada en una oración hebrea dice así: «Bendecido seas Tú, Señor Dios, Rey del universo, pues nos has dado comida para mantener nuestras vidas y para alegrar nuestros corazones». Tenemos que recuperar la importancia de reunirnos con personas alrededor de la mesa con el propósito de disfrutar una comida como regalo de Dios. No tiene que ser nada lujoso, puede ser sencillo. Pero esas comidas en las que nos reunimos con invitados nos dan una muestra del banquete del reino futuro, esas comidas son las que nos dan una muestra del shalom de Dios.  Estas comidas son lo que los celtas llamaban «espacios delgados» donde el velo que separa el cielo y la tierra parecía muy fino.

La mesa como lugar de quebrantamiento

Una de las escenas de comidas que más me gustan de toda la Escritura ocurre en la orilla del mar de Galilea después de la resurrección de Jesús. Lo vemos en Juan 21. Después de una noche de pesca sin éxito, los discípulos se encuentran con Jesús y él los llama desde la orilla. Pedro salta al agua en un impulso intentando acercarse a Jesús. Al salir del agua empapado, se acerca a Jesús quien ha hecho una fogata en la playa. Y en ese momento capta ese olor tan familiar. La palabra que Juan usa para describir el fuego que hizo Jesús es una palabra que se usa solo una vez más en las Escrituras, antes de esta escena (Juan 18:18). Es la misma palabra que se usa para referirse a la fogata donde estaba Pedro con otras personas la noche que arrestaron a Jesús. La fogata de Juan 18:18 fue cuando Pedro negó a Jesús. Para Pedro, ese olor a carbón era un olor de vergüenza y humillación, pero la fogata de Juan 21 fue un lugar de restauración para Pedro. La simple invitación de Jesús a su amigo es: «Venid, comed» (21:12).

La mesa es el lugar donde los pecadores encuentran un sentimiento de conexión y de pertenencia. A pesar de nuestras buenas intenciones, todos, igual que Pedro, vamos tropezando de camino a Jesús. Necesitamos que la gente camine con nosotros aunque sea tropezando. Tenemos que recuperar la mesa de comunión como una disciplina espiritual para reforzar la unión de la amistad espiritual entre creyentes que caminan juntos en el discipulado.

La mesa como lugar de dedicación

Como creyentes, somos personas bendecidas, quebrantadas y dedicadas. Este último aspecto de nuestra identidad nos recuerda que, como pueblo de Dios, estamos dedicados al mundo, llamados a representarle. La misión de Dios es rescatar y renovar su creación buena pero corrompida por el pecado y nosotros formamos parte de esta misión y somos llamados a participar en ella anunciando y siendo un ejemplo del amor de Dios en Cristo.

Estoy convencido de que nuestras mesas tienen el potencial de ser los lugares de misión más grandes de nuestras vidas. Quizás antes de invitar a alguien a que crea en Jesús o antes de invitarle a ir a la iglesia, le deberíamos invitar a cenar. Si la comunión alrededor de la mesa es una disciplina espiritual vital para formar y sostener nuestra vida con Dios por el mundo, tenemos que hacer el esfuerzo de compartir nuestras mesas con personas que están en nuestro mundo, pero están lejos de Dios. Este es uno de los aspectos más distintivos del ministerio de Jesús.

Jesús mismo dijo que tenía una reputación de «comilón y bebedor de vino» (Mat 11:18-19). Una de las cosas más distintivas de él era que comía y bebía con «pecadores de mala fama». Cuando los fariseos llamaron a Jesús comilón y bebedor de vino, no se inventaron esa expresión. Se estaban refiriendo a Deuteronomio 21:20 e implicando que la comunión de Jesús con personas que no conocían a Dios le hacía merecedor de la muerte. Pero para el Señor, esa comunión era una demostración de la venida del reino de Dios. Como sugiere Gordon Smith en su libro A Holy Meal: The Lord’s Supper and the Life of the Church, «comer para Jesús era una forma clave de proclamar la venida del reino de Dios y representaba su llegada». La comunión alrededor de la mesa como disciplina espiritual quiere decir volver a conectar con este aspecto clave de la vida y el ministerio de Jesús e imitarle abriendo nuestras mesas a personas que están lejos de Dios.

El banquete futuro

Cuando los profetas del Antiguo Testamento querían hablar del día en que el reino de Dios llegaría al completo, describían un gran banquete. El gran profeta/poeta Isaías habló de un día en que Jehová prepararía un banquete con comida deliciosa para todas las personas, un banquete con buen vino, la mejor de las carnes y el mejor de los vinos (Isa 25:6). Ese día cuando todo se arregle, habrá una comida extravagante.

La teóloga Christine Pohl en su libro Making Room observa lo siguiente: «una comida compartida es la actividad más cercana a la realidad del reino de Dios además de ser la expresión más básica de hospitalidad». Mientras esperamos al mundo que está por venir y aprendemos a navegar la complejidad del mundo que es, la vida de la iglesia será nutrida y sostenida al recuperar la disciplina espiritual de la comunión alrededor de la mesa.

About the Contributors

Barry Jones

Barry D. Jones

An acute desire to train future leaders who are deeply rooted in their faith and vitally engaged in the world around them is what drew Barry Jones to Dallas Theological Seminary. During his time as a student at the Seminary, Barry spent three years on staff with the Spiritual Formation program. Upon the completion of his Th.M., Barry Jones had the privilege of being one of the first two students in systematic theology admitted to the Ph.D. program at Wheaton College where he was the recipient of the Betty Buttress Knoedler Doctoral Fellowship. He and his wife Kimberly are the parents of two young sons, Will and Pierson. His scholarly interests include the theology and history of Christian spirituality as well as issues in spiritual formation and leadership in contemporary culture. He serves on teaching team at Irving Bible Church.