Pregunte a un atleta que está entrenando para las olimpiadas si le hace ilusión entrar en el equipo y oirá un «¡sí!» rotundo.

Pregunte a una novia y un novio antes de la boda si tienen ganas de que llegue el gran día. ¿Qué cree que le dirán?

Pregunte a un niño en la última semana de clase si está deseando que lleguen las vacaciones de verano y verá cómo le brillan los ojos.

Y pregunte a cualquier creyente en Jesucristo si quiere disfrutar de la bendición de Dios y oirá la misma respuesta: «¡Claro que sí!» ¿Por qué? Porque la bendición de Dios es el bien supremo que debemos anhelar como discípulos. Queremos que Dios bendiga nuestros hogares. Queremos buena salud, seguridad de trabajo, comunión e instrucción relevante en la iglesia. Pero, sobre todo, queremos la bendición de Dios mismo, Su presencia, Su perdón, Su poder sobre el pecado y Su guía. ¡Claro que queremos la bendición de Dios!

Pero ¿por qué? ¿Por qué queremos estas cosas? La mayoría de nosotros queremos que Dios nos bendiga porque queremos lo mejor para nosotros y Dios sabe qué es lo mejor. Es bueno querer disfrutar de todo lo que Dios tiene para nosotros, pero si solo llegamos hasta ahí: que Dios nos bendiga para tener una vida gratificante, estaremos arruinando Su plan. Porque Dios quiere que Su bendición llegue más allá del simple disfrute. Quiere que tomemos esa bendición y la llevemos a otro nivel para que nuestras vidas estén orientadas hacia afuera y afecten al mundo entero.

En Salmos 67, Dios expone una visión de Su bendición y el alcance que quiere que tenga. Al explorar este pasaje, fíjese en dos temas: en primer lugar, Dios bendice a Su pueblo; en segundo lugar, Dios bendice a su pueblo para que las naciones lo bendigan a Él.

Dios bendice a Su pueblo

El salmista comienza estableciendo que Dios bendice a Su pueblo (vv. 1-2; 6-7). El pasaje abre con una oración: «Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las naciones tu salvación» (vv. 1–2). El salmista concluye el salmo diciendo: «La tierra dará su fruto; nos bendecirá Dios, el Dios nuestro. Bendíganos Dios, y témanlo todos los términos de la tierra» (vv. 6–7).

El verbo «dará» del versículo 6 aparece en el idioma original en tiempo pasado, el único tiempo pasado en todo el salmo. Es como si el salmista estuviera diciendo: «Miren a su alrededor. ¡Ya lo hizo! Vean su bendición en todos lados».

En medio de este salmo encontramos ejemplos de la bendición de Dios: Su guía y Su gobierno justo (v.4). Israel podía descansar sabiendo que Dios controla las naciones y trae justicia en asuntos internacionales. «Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben. Alégrense y gócense las naciones, porque juzgarás los pueblos con equidad, y pastorearás las naciones en la tierra». La palabra «alégrense» se usa para hablar del gozo de una boda.

Claramente, Dios bendice a Su pueblo y lo hace en abundancia. Pero ¿cuál es el propósito de Su bendición?

La razón por la que Dios bendice a Su pueblo

Dios bendice a Su pueblo para que las naciones lo bendigan. El coro del Salmo 67, que se repite dos veces, lo dice claramente: «Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben» (vv. 3, 5). El Señor tiene en mente las naciones que le alabarán. ¿Qué nación? Todas las naciones. ¿Por qué? «Para que sea conocido en la tierra tu camino» (v.2). Dios quiere que las naciones digan: «¡Miren! ¿Han visto lo que ha hecho el Dios de Israel?» Y quiere que vean Su salvación: «¡Miren lo que hizo por ellos! Vean el mar Rojo y Jericó. ¿Han visto cómo los salvó?»

Dios también quiere que las naciones no solo sepan quién es, sino que también lo conozcan a nivel personal: «Para que sea conocido en la tierra tu camino». Esa frase «sea conocido» quiere decir tanto en la mente como en el corazón.

Imagínese un chico que le dice a un amigo soltero: «he conocido a la chica perfecta para ti».

«Ah, ¿sí? ¿Cómo es?"

«Es divertida. Sabe escuchar. Le gustan las mismas cosas que tú».

¿Qué cree que diría este chico? «¿Ya me contarás más de ella en otra ocasión?» ¡Claro que no! Diría: «¿cuándo puedo conocerla? Quiero conocerla, no solo saber de ella».

El salmista dice que eso es lo que Dios quiere de las naciones. Quiero que no solo oigan de la forma en que salva, sino que quiere que lo conozcan a nivel personal. Debido a la bendición del gobierno justo y la guía de Dios, el salmista dice que todas las naciones pueden alegrarse (v.4). La palabra «alégrense» se usa para hablar del gozo de una boda. ¡Un gran gozo! El versículo 4 también dice que las naciones se gozarán. Esto quiere decir que cantarán en voz alta. Dios bendice a Su pueblo para que le alaben.

Volvemos a ver este efecto de la bendición de Dios en el versículo 7: «Bendíganos Dios y témanlo todos los términos de la tierra» (v.7) ¿Ve el resultado? Las naciones temerán (mostrarán reverencia y asombro) a Dios. Dios quiere que digan: «¡Miren! Hay un Dios en quien podemos confiar».

En el pasado Dios ha bendecido a Su pueblo Israel para que las naciones vean Su bendición y ellos a cambio bendigan a Dios. Aunque vivimos miles de años después, el corazón de Dios sigue siendo el mismo: Dios bendice a Su pueblo para que las naciones lo bendigan.

Las ramificaciones de la bendición de Dios a Su pueblo

¿Cómo extendemos la bendición de Dios? El salmo nos da algunas pistas sobre cómo usar las bendiciones de Dios para extender Su alcance. Podemos contar a los demás acerca de las formas en que Dios nos recata en tiempos de desesperación (vv. 1–2). Podemos buscar oportunidades para mostrar el gobierno justo de Dios y su guía (vv. 3–4). Y podemos ver nuestras bendiciones: nuestras relaciones, tiempo de vacaciones e incluso nuestras pruebas como formas de extender el alcance de Dios. Para el salmista que vivía en una sociedad agraria, la «cosecha» era la indicación evidente de la bendición de Dios. Y aunque hoy en día la mayoría de nosotros compramos alimentos en la tienda en lugar de ir directamente al campo, Dios nos ha dado también una «cosecha». Podemos extender Su renombre al usar cada bendición que hemos recibido para bendecir a los demás y que su nombre sea exaltado (vv. 6–7).

Dios sigue bendiciendo a Su pueblo hoy y lo hace para que cada uno de nosotros podamos bendecirle con todo lo que nos ha dado. Nuestra comida y nuestros recursos, nuestra familia y amigos, Dios nos los ha dado para que lo disfrutemos, pero nos lo ha dado por una razón mayor: para que todas las naciones lo bendigan.

Puede que el trabajo nos dé estabilidad y dinero, pero la razón principal por la que Dios nos bendice con un trabajo es para que seamos «luz» en nuestro trabajo. Si no tenemos trabajo, debemos animar a otros que se encuentran en la misma situación. Igual pasa con nuestra educación, nuestros hogares, nuestras iglesias, nuestra salud, sea buena o mala y con nuestros talentos. Nuestra educación y nuestras habilidades, nuestro país, los idiomas que hablamos, los hogares en que vivimos, el perro del vecino que le estropea su jardín, la persona que trabaja en el supermercado, todo esto nos da Dios para que el mundo lo conozca y reciba Su salvación.

Dios nos bendice para que usemos nuestras bendiciones como medio para que las naciones del mundo le bendigan. Si creemos esto, la verdad cambiará de forma radical la forma en que respondemos a todo lo que recibimos de Él. Volveremos a ordenar nuestras prioridades para que nuestras bendiciones no sean solo para adentro y usaremos cada regalo de Dios para llevar a las naciones a arrodillarse en alabanza a nuestro Dios.

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