Reflexión sobre la gracia de Dios
Tenía catorce años cuando el mensaje del pastor de un domingo por la mañana abrió una compuerta de emociones que me fue difícil de contener. «Te ama exactamente como eres». No podía contener las lágrimas así que salí afuera.
Por favor, para de llorar.
Al salir por el pasillo vi a dos mujeres que se susurraban la una a la otra. Les sonreí lo mejor que pude y seguí caminando hasta llegar afuera. «Tienes un propósito», decía mi pastor. «Dios tiene un plan para ti».
Tengo que ir al baño ya.
Abrí la puerta del baño de señoras y apenas me dio tiempo a llegar a una de las cabinas y empecé a llorar. «Eres hechura suya». Las palabras del pastor seguían escuchándose por el altavoz.
«¿La viste? Su familia es un desastre».
«¿Qué puede hacer con el trasfondo que tiene?
«No tiene legado, nada, solo miseria, menudo desastre».
Esas palabras venían de las dos mujeres que había visto al salir. Apenas me conocían. Me quedé en la cabina limpiándome la cara de la máscara de pestañas que me corría por la cara y escuché cada palabra que decían por encima de la voz del pastor.
«¿Has visto el vestido que llevaba? Qué vergüenza».
«Creo que su madre tiene ocho hijos. Imagino que es una. . . .»
«¿Tú crees? Esperemos que ninguno de nuestros hijos acabe casándose con esa basura».
«Estos mexicanos . . .»
«Mi madre es una guerrera de la oración». Grité por dentro. «¿Qué sabrán ustedes?»
Siguieron hablando y diciendo cosas horribles de mí. Las palabras que salieron de sus bocas ese domingo me persiguieron por años.
Mientras esperaba a que se fueran para poder salir tomé una decisión drástica. Hasta ese momento había escuchado en silencio la crítica de estas mujeres. Ya no me quedaban lágrimas. En ese momento me llenó una sensación fuerte. Quiero pensar que fue un enfado justo que entró fuerte en mi alma. No sé, pero de repente dejé de sentir.
Lentamente salí del baño.
Al salir, me di cuenta de que una de las mujeres estaba todavía ahí, con un pintalabios en la mano. Su pelo rubio teñido no se movió en absoluto. Se acercó al espejo para poner más pintalabios en la parte superior. La otra señora se estaba secando las manos. Su jersey rosa brillaba en la luz. En cuanto me vieron, ambas se quedaron heladas, con sus ojos azules bien abiertos fijándose en cada paso que daba.
¿Me están viendo?
Me acerqué a lavarme las manos entre las dos. Me lavé bien con jabón y me enjuagué. Tenía las manos frías. Los ojos hinchados de haber estado llorando, apenas podía enfocarlos. Sin embargo, en ese momento sentí una sensación de paz sabiendo que había dado el primer paso para aprender cómo caminar sobre las aguas.
Me giré a la derecha y agarré un poco de papel justo al lado de la señora que estaba secándose las manos. Sonreí.
La señora del pintalabios no se movió un pelo. La señora que se secaba las manos estaba delante de mí.
Les dije con voz resonante: «están equivocadas». Y como Pedro en el libro de los Hechos, compartí el mensaje más importante de mi vida.
Proclamé lo que acababa de entender hacía solo 10 minutos antes de salir al baño: «Dios me ama tal cual soy».
Mi futuro no les pertenece a ellas o a sus críticas. Había entregado mi vida a Cristo y aunque la gente me vea y crea que entiende quién soy, Dios dice que no es así.
Dios lo ordenó en el momento en que decidió crearme. Lo diseñó cuando hizo planes para mí y dijo que mi vida tenía importancia al darme aliento. Sin importar mi historia, trasfondo o los pecados de mis padres. Expliqué que Dios tenía un propósito para mí, un plan que nunca entenderán y no tiene que tener sentido para nadie, ni siquiera para mí.
Claro que las posibilidades de tener éxito (sea lo que sea eso), eran menores para mí. ¿Hija de padres divorciados? Sí. ¿Criada por una madre soltera con ocho hijos? Sí. ¿Viviendo en la pobreza? Sí. ¿Viviendo en alojamientos del estado? Sí. Y mientras la mayoría de los niños de mi edad se iban de vacaciones a sitios extravagantes, yo iba de Dallas a California o a Minnesota para trabajar.
Pero Dios me eligió a mí. A pesar de todo, me predestinó sabiendo todo sobre mí y Cristo murió por mí porque me ama.
¿Qué otra persona ha hecho eso? ¿Entregar su vida por una persona imperfecta, pobre de espíritu, pecadora y engañosa? Sí, mi situación era desesperada a los ojos del mundo, pero decidí mirar más allá del ahora a otro punto de referencia para sacar fuerzas de las buenas noticias.
¿Cómo es que soy un desastre?
Si miro atrás, puedo ver que incluso cuando tenía catorce años, mis circunstancias no importaban porque sabía que Dios tenía un propósito para todo. Lo que yo no sabía (ni las mujeres del baño de aquel domingo) era que Dios usaría experiencias como estas para empujarme a verme como Él me ve.
Ese momento con esas mujeres, aunque parezca raro, aclaró algo para mí. Nuestra posición, nuestro dinero o los títulos que tengamos no significan nada para Dios. Al final todo eso acaba yéndose por el retrete.
Por otro lado, la cultura busca una ambición con pasión. La humanidad intenta encontrar su propósito en todo tipo de cosas buscando encontrar un significado. La gente se obsesiona con la apariencia: tener el auto correcto de la marca o la etiqueta correcta, la educación adecuada, etc. El orgullo pavonea sus colores brillantes humillando a todo el que se le cruza. Tiene que verse bonito. Tiene que venir de buena familia. Tiene que estar a la altura de nuestro estándar.
Ojalá pudiera decir que la iglesia es diferente.
Desafortunadamente, he tenido demasiadas conversaciones con otros creyentes que todavía se niegan a verme más allá de mi historia. Aunque he sufrido suficientes acosos, nada se compara con la destrucción que ciertas personas han intentado traer a mi vida con sus palabras, suposiciones y expectativas. Tanto hermanos como hermanas en Cristo de una forma u otra me han humillado: No eres como nosotras. Eres demasiado blanca o educada para ser hispana. Me gustas mucho, pero mis padres no estarían de acuerdo. Eres demasiado guapa para ser inteligente. Necesitamos diversidad en nuestro departamento así que ¡enhorabuena, conseguiste el trabajo! La discriminación, los prejuicios, la misoginia y la calumnia existen tanto en hombres como en mujeres y no es la forma en que Dios quiere que nos tratemos los unos a los otros.
No creo que sea amoroso identificar a otros por sus circunstancias, pecados o por su pasado. Es importante separar comportamientos, debilidades, inclinaciones y problemas personales de la identidad. Jesús mandó a Sus seguidores a amarse los unos a los otros: «de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor» (Ef 4:16). En otras palabras, amar a otros para crecer y construir.
El amor es lo que me ha ayudado a sanar las heridas de lo que otros han dicho de mí. Hay creyentes que me han sorprendido de la forma más amorosa. Con palabras amables, de ánimo o sacando tiempo para mí. Estoy agradecida a los que han invertido en mí a pesar de lo que hayan oído o visto, pues confiaron en la obra de Dios en mí. ¿Dónde estaría hoy sin estas personas?
He llegado a comprender que la forma en que veo a Dios determina mi identidad e impacta cómo vivo mi vida y cómo amo a los demás.
No mucho tiempo después del «incidente en el baño» escribí en mi diario personalizando algo que leí de Charles Spurgeon:
Cuanto menos digna me siento, más prueba tengo de que solo el amor de Jesucristo podría salvar a un alma como la mía. Cuanta más desaprobación recibo, más clara es la muestra del amor abundante de Dios al elegirme, crearme, llamarme y hacerme heredera del cielo.
Un Dios santo me creó. A donde me guíe, le seguiré. Dios es amor y le amo porque Él me amó primero. Es poderoso y por tanto yo soy débil. Dios está en todos sitios así que sé que no puedo esconderme de Dios, pues lo ve todo. No puede mentir, sus promesas son ciertas. Mi fe en el carácter de Dios y su fidelidad hacia mí ha revolucionado mi vida de forma que nunca habría podido imaginar.
En esos momentos revolucionarios es cuando el mensaje de la gracia se oye con más fuerza. Sin susurros, solo un mensaje claro que siempre abrirá las compuertas de los sentimientos. Charles Spurgeon dijo lo siguiente:
Si existe un amor así entre Dios y yo, viviré en la influencia y la dulzura de este amor y usaré el privilegio de la posición que me da. No me acercaré a mi Señor como a un desconocido o como si no estuviera dispuesto a escucharme o verme, pues sé que mi Padre me ama. «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?»
Creyente, corra con valentía a pesar de lo que digan los demás y a pesar de las dudas de su propio corazón, sepa que Dios le ama. Medite en la grandeza y fidelidad de Su amor divino y escríbalo en papel. No olvide nunca la gracia de Dios.
Dios me ama, eso es lo que define quién soy. No tengo que hacer nada. No tengo que tenerlo todo bajo control. Dios me ama tal cual soy y eso es suficiente. Su gracia es suficiente para todos.